PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 88                                                                                   SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2016
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CÁNCER SOCIAL

 
La imagen más inmediata del funcionamiento de un sistema lo tiene el ser humano contemplando su cuerpo, y mejor cuanto más se conoce de la divulgación de las investigaciones sobre su funcionamiento y comportamiento. Por ello no tiene nada de particular que, cuando quiere juzgar la salud de la sociedad, se fije en las similitudes de las disfunciones del sistema social respecto a las que padece la integridad del cuerpo humano.
La esencia de un sistema radica en la cooperación de las unidades estructurales a la estabilidad del mismo. Esa cooperación se fundamenta en que todos los órganos funcionan para sostener la viabilidad del organismo común que justifica a su vez la pervivencia propia de cada uno de esos órganos; a la vez cada órgano funciona gracias a la correcta armonía de los elementos singulares que lo componen. Mirando al cuerpo humano, se aprecia cómo los distintos órganos cooperan entre sí a la supervivencia del cuerpo, y como cada uno de esos órganos precisa de los demás para desarrollar su función. Es la dimensión solidaria de toda la estructura del cuerpo humano la que posibilita la vida, que se pone en riesgo cuando algún órgano colapsa, lo que degenera desde una disfunción a un infarto, con consecuencia más o menos discapacitante o incluso de muerte. Entre esos riesgos, destaca por su agresividad el inducido por efecto del cáncer, considerando como tan, para generalizar, la desconexión de un tejido de células de su función solidaria de cooperación orgánica para atender a un fin propio que descompensa su contribución al sistema.
La sociedad es un sistema porque así lo quieren los seres humanos que la conforman. Conviene distinguir la determinación natural de los hombres y mujeres a vivir en grupo por causa material de su modo de reproducción y necesidades perentorias, que genera la familia y la tribu, y la disposición para formar comunidades sociales con fines de cooperación, creando estructuras orgánicas de relaciones mutuas que se sostienen por voluntad de beneficio común. Mientras que las estructuras naturales de familia atienden a la supervivencia de la especie; los sistemas sociales procuran el bienestar general.
La idoneidad de cada sujeto a la constitución del entramado social es relativa a su capacidad, pero en cuanto la sociedad no discrimina a sus elementos menos productivos, sino que asimila a cada uno en función de su eficiencia, asume como rendimiento total la suma de las variables operativas. Ese rendimiento puede mejorarse optimizando la estructuración del sistema o integrando sólo los elementos más productivos; cuando se sigue la primera opción se obtiene sociedades cohesionadas, cuando se impone la restricción selectiva las comunidades se caracterizan por la estratificación que manifiesta de deficiente cohesión social. En unas y otras, no obstante, pueden surgir personas que preponderen su interés particular sobre el general, pero el peligro se multiplica cuando esas personas se agrupan creando instituciones, manifiestas o secretas, cuyo fin es progresar creando paraestructuras orientadas al beneficio propio apoyadas en la rentabilidad orgánica del sistema social. Esos grupos se comportan como los tumores cancerígenos que afectan al cuerpo humano, cuyo desproporcionado crecimiento determinan las más de las veces la viabilidad del órgano afectado y en muchos casos al sistema vital.
En la estructura profunda de todas las conductas antisociales se aprecia una deriva desde las relaciones de servicio a las relaciones de domino. La ambición humana, contravalor compuesto de codicia y poder, mueve a las personas a desear inclinar las relaciones sociales a su favor, aunque ello sea a costa del perjuicio de la contraparte de la relación. Cuando esa desafección de la justicia afecta en los actos más simples de la conciencia contamina progresivamente el modo de obrar de las personas, generalizando la tolerancia hacia el dominio sobre lo ajeno, proyectado en lograr un desequilibrio favorable del beneficio de las relaciones sociales que se entablan. Es como cuando las células humanas de un órgano mutan autoprotegiéndose de ser neutralizadas por el sistema inmune. La debilidad de la conciencia hacia la ambición crece tanto cuanto merma la conciencia solidaria del bien debido a la conjunción social; se impone el yo sobre el nosotros de tal modo que las relaciones sociales solo se contemplan desde el beneficio que reportan por la preponderancia del dominio, la astucia o la trampa.
Si esa mentalidad de preponderancia de las relaciones sociales de dominio logran institucionalizarse en el sistema social, aunque sea como mal menor al garantizar una estructura sistémica, el porvenir de la justicia se resquebraja sin que a ciencia cierta se detecte qué es el mal que afecta a la sociedad. Es como cuando un cáncer va creciendo silenciosamente dentro de un cuerpo sin dar la cara: Engrandecen los tumores y se contaminan órganos y tejidos, sin que el paciente conozca la magnitud del desajuste que se cierne en su interior, donde en cada órgano afectado proliferan células en las que prevalece su interés particular al fin común. Ese es el desasosiego que muchas veces envuelve a los ciudadanos, que perciben que las condiciones de dominio se imponen en las estructuras como forma del sistema, en el mayor de los casos denunciadas como casos de corrupción política, de malversación comercial, de defraudación fiscal, de prepotencia empresarial, de relajación administrativa de funciones, de desprotección social, de opresión laboral, de especulación económica, etc. Tantas formas como las relaciones de dominio institucionales ensombrecen lo que deberían ser relaciones de servicio en las que los ciudadanos se reconozcan amparados y partícipes en la dimensión de su responsabilidad.
 

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