ASIGNATURA DE RELIGIÓN
En la medida que la enseñanza se considera un derecho y deber a proteger por los estados, y no una simple actuación familiar, surge cómo debe asumir la enseñanza pública el tema de la religión cuando en un país --como debería ocurrir en todos-- existe libertad religiosa para que cada ciudadano practique la religión con la que más se identifique, o no practique ninguna.
Los programas educativos, que tienen como fin definir qué contenidos, habilidades y actitudes corresponden conocer y dominar en cada etapa escolar, se encuentran con frecuencia con el escollo de si la enseñanza de la religión se dirige a adoctrinar a los estudiantes en las únicas creencias de una religión, si esa oferta se amplía permitiendo escoger entre varias creencias según cada tradición familiar, si la enseñanza en el centro educativo debe ceñirse a transmitir objetivos teóricos, doctrinales y emocionales del desarrollo histórico de las principales religiones, o si la enseñanza de la religión debe extraerse de los programas estatales y relegarse a una oferta libre de seminarios a impartir por la autoridad religiosa correspondiente.
Cuando la influencia del antiguo régimen identificaba ideológicamente estado y religión, podría comprenderse el empeño de la enseñanza religiosa como determinante de la personalidad nacional. En el nuevo siglo se advierte mayor diversidad de criterio, pues mientras en algunos países aún se veneran las connotaciones sociales de una religión, en otros muchos predomina la tendencia al estado laico, y que libremente cada ciudadano practique las creencias religiosas preferidas por su conciencia. Esa tolerancia religiosa parece que se impone como un criterio de modernidad, y en lo que algunos encuentran contradicción entre progreso y espíritu, otros lo consideran una oportunidad para que de la confrontación entre ideas religiosas estas se purifiquen de la carga ideológica ancestral para deparar una auténtica espiritualidad moral.
Adoctrinar a todos los alumnos en una religión, como si fuera la única existente en el mundo, no sólo perturba el posible derecho de otras minorías religiosas, sino que desde el punto de vista de la formación espiritual recibida puede constituir un fracaso educativo cuando los alumnos son conscientes por la multitud de medios que frecuentan de la diversidad de creencias que existen en el mundo, ya que pueden sentirse engañados, como si se les negara la existencia de determinados estados porque políticamente fueran contrarios, se les ignorara periodos de decadencia de su país en el programa de historia, se negara la realidad de otras lenguas, o la tecnología espacial, etc. Ante todo, los alumnos tienen derecho a ser instruidos en la verdad; entre otras razones porque, en caso contrario, cuando descubren que la realidad no es tal como se la han enseñado se provoca la duda de la fiabilidad que deben dar a los contenidos aprendidos. Esto en el caso de la religión es mucho más violento, porque los alumnos, por la curiosidad propia de los adolescentes, tienden a hablar entre ellos de las distintas religiones que cada uno practica, y todos ellos quedan en la duda de por qué la suya es la única cierta y las demás erróneas.
Es mucho más acertado, desde la perspectiva de la clarificación del cocimiento a los alumnos, que la enseñanza de la religión contemple la realidad universal de la diversidad de creencias, sus orígenes, su desarrollo, sus contenidos esenciales, sus coincidencias, sus peculiaridades, etc., de modo que crezcan preparados no sólo para interpretar la tolerancia debida a las distintas creencias o al agnosticismo, sino todos con un conocimiento básico de la cultura religiosa de las demás personas con que puedan relacionarse.
El adoctrinamiento específico en cada religión debe producirse, más que en las escuelas, en la familia y en el entorno de la comunidad religiosa que los padres eligen. Especialmente se muestra eficaz la coherencia entre lo que la doctrina que les enseñan sus padres y preceptores y el ejemplo que perciben en sus mayores; tanto como la intuición de los hijos, según van creciendo, sobre la libertad que se debe a cada conciencia, especialmente a la propia. Si de este modo son religiosamente bien educados es cuando están verdaderamente preparados para interpretar los criterios por los que diferencian el valor de la doctrinan que admiten.