RELIGIÓN DE BASE
Tratar el tema de la religión se puede abordar desde un plano espiritual y desde el plano social. Desde un plano espiritual se contempla la relación del alma humana con el alma divina, o sea una relación inmaterial entre la conciencia del hombre y Dios. La realidad de esta relación, por su carácter espiritual, no trasciende de la conciencia humana a la sociedad sino por las consecuencias que en el obrar refleja la ética del comportamiento. El plano social de la religión lo constituyen las estructuras sociales integradas por grupos de personas que fieles a una misma creencia se muestran como sujeto colectivo de derecho. El primer plano se realiza a ras de tierra, se desarrolla esencialmente en la dimensión del hogar y trasciende a la comunidad creando estructuras horizontales por convergencia de pensamiento. El segundo plano mantiene estructuras similares a las del estado, con jerarquía de mando, legislación propia e instituciones de gobierno, economía, cultura, difusión, etc. Este segundo plano es el que trasciende universalmente como hecho sociológico, pues el primero, con ser el auténticamente religioso, por su inmaterialidad no es percibido sino como ejemplar.
Para la sociedad en general las religiones se perciben como la gestión de un legado histórico iniciado por un fundador, cuya significación se manifiesta en la construcción de templos, cementerios, ritos de adoración y la consideración de una cultura moral divinamente emanada. Es precisamente la protección de ese Dios, y no otro, lo que motiva la perseverancia de los creyentes en la medida que sirven a Dios más por temor o hábito que por recta razón. Como históricamente en muchos aspectos la socialización de una creencia religiosa ha favorecido la cogestión social es por lo que las estructuras religiosas se sostienen imbricadas con las tradiciones nacionales, pero ellas no garantizan que ningún estamento de esa estructura realmente exprese la autentica fe de los creyentes.
Es en la particularidad de la conciencia individual donde madura la cultura religiosa heredada, y cada persona creyente se reconoce como tal asumiendo la responsabilidad de tratar a Dios, confiar en Él y obrar de acuerdo a su dictado. Construir desde abajo un grupo de solidario apoyo entre las personas que así piensan facilita la perseverancia en la fe porque la cercanía favorece el ejemplo y corrección de vida. Esas comunidades así configuradas normalmente no crean ni interpretan una nueva doctrina, como a veces se les reprocha, sino que procuran buscar la autenticidad de su credo en las fuentes originarias de una religión, distinguiendo en ella lo genuinamente teologal de la contaminación pietista y la desfiguración de la caridad.
La estructuración de la jerarquía pastoral desde la cercanía del acompañamiento a las comunidades porque los pastores surgen y permanecen entre ellas mismas, aunque hayan de desplazarse a estudiar fuera y retornar más adelante aportando savia fresca, facilita la estabilidad y confianza tanto de los pastores, que se saben acogidos, como de los fieles que se saben comprendidos porque media el conocimiento y confianza mutua. La percepción de que la espiritualidad misma en la que se cree es la que configura la estructura de la religión que se practican se hace tanto más evidente en cuanto que todas las comunidades se identifican como activos eficientes en la configuración de la religión.
Las jerarquías religiosas tienden a hacer valer los millones de fieles que siguen una religión para presentarles como aval de su intervención en el poder público. Lo que no costa es que esos fieles, en especial cuanto más culta y libre es una sociedad, respalden el sistema de gestión con que esos dirigentes religiosos gobiernan a la comunidad global de cada confesión. Si no se realiza de abajo a arriba un sistema garantizado de representación, ¿puede afirmarse que poseen realmente la representación que ostentan?