PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 9                                                                                                       JULIO-AGOSTO 2003
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SILENCIO CÓMPLICE


 
Las injusticias que se dan en la sociedad puede que tengan un sujeto que las promueva, pero en el terreno político pocas se llevarían adelante sin el apoyo de otras muchas personas que directa o indirectamente prestan su consentimiento y apoyo a que las mismas se realicen.
Las injusticias, por tanto, atañen a la responsabilidad de los ciudadanos mucho más de lo que a primera vista pueda parecer. En la medida que la democracia es el gobierno del pueblo, la participación en la responsabilidad es un hecho salvo para quienes voluntariamente se salen del sistema.
Existen muchas formas de oponerse a las injusticias, desde la condena personal en los medios de comunicación a la exteriorización colectiva de la repulsa mediante concentraciones, manifestaciones, huelgas, etc. En democracia existe la posibilidad de no adherirse a la injusticia ejerciendo la acción de repulsa en las urnas. En cualquier caso, corresponde a cada individuo determinar el grado de oposición y resistencia como respuesta en conciencia a la injusticia proclamada desde el poder.
Sin embargo, la opción más común ante el abuso de poder o la injusticia es el silencio, al menos el silencio operativo, el que a la queja interior no sigue ninguna acción de manifiesta repulsa. Ese silencio, en democracia, con frecuencia se constituye en el mejor cómplice de la injusticia. La infinitesimal parte de gobierno que corresponde a cada ciudadano exige de él la responsabilidad de controlar que sus representantes en los poderes públicos ejerzan su delegación con justicia. En democracia, la responsabilidad es compartida y la opinión de cada ciudadano no puede automarginarse a la hora de la valoración ética de las actuaciones públicas. Quien calla ante una decisión injusta se convierte en cómplice del mismo acto, en cuanto en democracia el silencio se lee como un refrendo del acto del poder.
La experiencia de la carecia de libertad de expresión padecida por quienes soportan un régimen político autoritario contrasta radicalmente con la oportunidad al ejercicio del derecho a la manifestación inherente a toda sociedad libre, derecho que con frecuencia sólo se valora en toda su dimensión cuando el poder lo conculca. Aunque sólo fuera por solidaridad con tantos millones de hombres a quienes no se les permite la denuncia de la injusticia, los que se tienen por protagonistas del mundo libre deberían sentir la obligación de ejercer con la palabra y la acción su crítica sobre la injusticia también como símbolo de lo que la libertad es. Si los pueblos democráticos silencian la injusticia ¿cómo podrán constituirse en referencias de libertad para las naciones sojuzgadas?