PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 92                                                                                  MAYO - JUNIO  2017
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¿DERECHO A CONTAMINAR?

 
La revolución industrial de los siglos XIX y XX fijó su objetivo en ofrecer progreso y bienestar a la comunidad a cambio de beneficio económico. Para lograrlo se emplearon medios de dudosa ética ya anteriormente puestos en práctica, como la explotación laboral, aplicados ahora a la manufacturación, y otros medios técnicos novedosos en los que se estudiaba su rentabilidad productiva sin atender al coste social que podría suponer para la salud de la humanidad, pues la verdadera alerta por la contaminación del planeta sólo ha surgido cuando las consecuencias de esa tecnología se han hecho patentes por el incremento mundial de su aplicación. Es ahora, en el siglo XXI cuando, ante los riesgos evidentes, la sociedad empieza a estar concienciada de qué precio va a pagar por el progreso si no rectifica sus hábitos de consumo y sus modelos de producción.
Uno de los escollos más importantes para rectificar los criterios desordenados respecto a la ecología es que, como esta es una ciencia moderna, existen miles de millones de personas a quienes no el dicen nada las investigaciones, tesis y conclusiones científicas expuestas, simplemente porque aplican el criterio de que, habiendo vivido muchos años sin esa inquietud, consideran infundado alarmismo relajar el bienestar conseguido. Lo que muchas personas no quieren entender es que, aunque la tecnología evolucione mejorando su cuota de contaminación, el problema se agudiza porque los consumidores se multiplican tan exponencialmente que urge que la contaminación individual disminuya también en un mismo orden, lo que no es posible sin una auténtica revisión global del sistema de consumo y producción industrial.
La aplicación práctica de las recomendaciones de la ecología supone de hecho contraponer derechos a obligaciones, y en ello están obligados a actuar los gobiernos y los legisladores, pero la base fundamental está en que sea el pueblo quien asuma la responsabilidad de liderar la exigencia de responsabilidades, porque de poco vale que haya políticos comprometidos con la lucha contra la contaminación si los ciudadanos les cambian con sus votos por quienes prefieren que todo siga igual.
Los graves delitos contra la humanidad causados por el progreso en otros tiempo, como la esclavitud o la colonización, se reeditan hoy al atentar contra la salud de la población con un paulatino envenenamiento del organismo, cuando, aunque la medicina y la biología se aplican a identificar los factores desfavorables a corregir, la industria es incapaz de reconvertirse para paliarlos, sustentada en quienes defienden como un derecho adquirido sus hábitos de vida contaminantes.
La controversia entre quienes exigen la obligación de respetar las iniciativas ecológicas y los que se inclinan por obviarlas se está convirtiendo en una oposición entre generaciones, en confrontación entre políticas reguladoras y liberales y en enfrentamiento entra países contaminantes y sensibles al cambio climático. La dificultad mayor aparece en que renovar los criterios nacionales e internacionales suponen acordar de modo mayoritario y contra reloj, lo que los agentes reticentes aprovechan introduciendo permanentes alegaciones de dilatación y solicitudes de nuevos y más completos informes, con lo que consiguen su objetivo de sostener los intereses de sus rentables inversiones a pesar del posible daño al bien común de la humanidad.
Las actitudes conservadoras invocan de continuo el derecho que protegen las leyes actuales, o más bien, en la mayoría de los casos, los vacíos legales de lo no legislado, al ir la ley siempre muy por detrás del progreso científico, el que, precisamente para ser coherente, exige años de análisis y confirmación de datos antes de generar conclusiones definitivas. Si no se anima la iniciativa dinámica por parte de la renovación tecnológica y de los reguladores sociales del consumo, se puede abocar a la permanentemente denuncia del incremento de la contaminación ambiental y al lamento de tener que sufrirla como uno más de los vicios transmitidos a las nuevas generaciones. Si no bastaba con asumir la responsabilidad de transmitir los legados de las adicciones al alcohol, las drogas y el tabaco, además ahora se prodigan las de la resignación a la contaminación de la atmósfera, el agua y los alimentos.
 

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