CORREGIR A LOS NIÑOS
Las personas mayores con frecuencia defendemos la necesidad de superar las discusiones con el diálogo, siendo para ello necesario, las más de las veces, dilatar el momento de la conversación a cuando los ánimos de uno y otro estén más calmados. Introducir la mayor posible objetividad en el análisis de las circunstancias que dan lugar a una reprensión, una disparidad de criterios o una abierta confrontación exige las más de la veces la calma del enojo para que domine la razón sobre la pasión. Este criterio vale también cuando se corrige a los niños, en especial cuando aún son tan pequeños como para difícilmente razonar sobre la contrariedad de su gusto.
Desde muy niños, incluso cuando apenas se pueda concebir que comprenden, es importante que se les corrija las malas actitudes, ya que el mismo hecho de enmendarles les educa en que quienes les cuidan tienen mucho que enseñarles. No obstante, si bien se les debe impedir toda acción que pueda entrañarles un perjuicio, el por qué enmendarles no lo entenderán mientras estén bajo el efecto del trauma de no poder hacer su voluntad. Acostumbrarse, no obstante, a explicarles más tarde esas razones supondrá un ejercicio para padres y educadores en siempre justificar los motivos de cada corrección.
Conforme crece un niño y entiende más correctamente el contenido del lenguaje, la justificación de las correcciones se hacen más necesarias, entre otras cosas porque el pequeño las espera, pues no cabe que se le fuerce la voluntad sin más. El problema surge en que en momentos de cabezonería, rabieta u obcecación no reúne condiciones para ser capaz de atender razones, que es lo que se le ha de inculcar. Por ello es preciso buscar encuentros próximos en el tiempo, cuando esté calmado y aún recuerde su mal comportamiento, para explicarle los motivos de su inadecuado proceder, y la conveniencia de que obedezca a quienes le cuidan y le quieren atendiendo a sus correcciones, porque siempre van a darle lo que más le conviene.
Además de buscar el momento adecuado para sostener una conversación con garantías de que atienda, al niño se le ha de ofrecer escucharle en las causas que pueda esgrimir para su comportamiento, para poder desmontar los criterios o antojos en los que pudiera estar equivocado. Ese trato buscando la complicidad del momento no es una absoluta garantía de que el niño aprenda la lección, pero supone mantener el criterio de que se le reprende de todo lo incorrecto, que se ofrece la oportunidad de justificarse y que se le explica sin acritud los motivos de enmienda y cuando sea preciso el castigo o premio merecido.
Puede parecer que el ejercicio de la autoridad no precisa tanto tiento, pero eso si no se tiene en cuenta que lo más trascendente es que se están configurando en la conciencia del menor actitudes para la vida, que no sólo le enseñan qué se debe hacer, sino cómo se ha de ser. Quien es educado con rigor, pero con objetividad, tendrá en su madurez semejantes virtudes, las que no son baladí para la vida de relación de amistad, laboral o social.