ESPÍRITU DE DOMINIO
Que la vida espiritual de cada persona está gobernada por la misma mente que dirige su vida intelectual es un principio que se deduce de la integridad por la que alma y cuerpo constituyen una única entidad compuesta de sustancia material y espiritual. Una misma persona se conoce como espiritual, intelectual, racional, emocional, sensitiva y perceptiva, pero lo más trascendente de ese conocimiento es que la mente que distingue cada una de esas potencias o realidades en sí las reconoce como único sujeto cognoscente. Esa integridad de la conciencia humana, no obstante, distingue en sí la forma de ser de sus relaciones biológicas, la forma de ser de las relaciones emocionales, las forma de ser de sus relaciones intelectuales y la forma de ser de sus relaciones espirituales; habiendo en ellas las que escapan al dominio de su voluntad, la que siguen hábitos operativos primarios, las que ejecutan resoluciones analíticas racionales, las que secundan intuiciones creativas intelectuales y las que competen a la intuición trascendente o espiritual.
En cada una de las relaciones enunciadas anteriormente cabe la oposición entre relaciones de servicio / relaciones de dominio, según que el interés perseguido, consciente o inconsciente, sea el del beneficio mutuo o un beneficio particular a costa de un perjuicio para la parte contraria. Entre las relaciones biológicas, por ejemplo, se distinguen claramente la finalidad de los parásitos, que se aprovechan de menguar a otros seres vivos, de las células de los órganos que cooperan a la vida de un ser; entre las que ejecutan resoluciones analíticas racionales se puede distinguir quien utiliza el crédito para obrar con usura y quien lo hace con la honestidad de lograr un rédito proporcionado al beneficio mutuo de las partes contratantes; de modo semejante, se opone el uso de la intuición creatividad intelectual para el uso de la energía nuclear para garantizarse el dominio militar, a quien lo hace para aplicarlo a la mejora de la salud.
También en las relaciones que competen a la vida espiritual, o sea, las que se dirigen a la relación entre el hombre y Dios, cabe concebir una finalidad de dominio, tanto porque el hombre intuya esa actitud de dominio en el modo de ser propio de Dios, como porque la conciencia humana se proponga como resolución de esas intuiciones espirituales el competir con Dios. Las relaciones espirituales, para que sean morales, deben tener por objeto, como cualquier otra relación, una finalidad de beneficio mutuo, o sea, que puedan ser consideradas de servicio porque aspiran a la recíproca comunicación de una perfección.
En sí la teología es un disciplina que tiene por objeto descubrir cómo es el modo de ser de Dios a partir de la revelación incluida en la realidad de la existencia creada, en especial de la naturaleza del espíritu humano y de la intuitiva experiencia de comunicación con Dios. En la medida que la conciencia humana ilustra sobre la moralidad de los actos, en ella se refleja la naturaleza de todo espíritu y por ello lo inteligible del modo de ser de Dios. En cuánto la conciencia repudia el fin de las relaciones de dominio, por la injusticia intrínseca que contiene, no puede sino concebir un modo de ser ecuánime de Dios en relación con el hombre, y por ello libre de toda actitud de domino sobre él.
El problema se presenta cuando la conciencia humana admite la legitimidad de su propio espíritu para dominar a otros seres humanos, porque ello conduce: o a la negación de la existencia de Dios como causa de la naturaleza espiritual, y, por tanto, a la determinación de una conciencia objetiva; o a la competencia con Dios respecto al objeto de la moralidad, cuyo desenlace no es sino la intuición de un Dios dominante --tan habitual en la historia humana-- que induce la lógica de una relación de rebelión por la competencia del poder.
Contra la concepción de la religión como relación de servicio entre el hombre y Dios, como se puede concebir desde el juicio moral de la propia conciencia humana, cabe aducir el escollo de que no cabe una relación recíproca con Dios, ya que el hombre no puede corresponder con perfección alguna a un Dios por naturaleza perfecto. Muy posiblemente la respuesta pueda encontrarse en que el modo de cooperar el ser humano a la perfección de Dios en su relación espiritual se logra con el simple acto de dejarse querer, pues el mismo objetiva la realidad espiritual del amor divino, fundamento de la relación sobrenatural.