EVOLUCIÓN
La evolución en la materia y de las especies con vida es uno de los objetos principales de la ciencia, pues tanto la física indaga definir cómo evoluciona la materia desde las posibilidades combinatorias de las partículas más simples, como la biología se interesa por a qué procedimientos recurre la sustancia viva para adaptarse a las condiciones de supervivencia. La disciplina filosófica también se interesa en la evolución, pero no respecto a la materia concreta, sino analizando las condiciones de verdad que permiten afirmar el cambio en el ente y las posibilidades de esa realización para que el mismo pueda preservar su identidad.
Igual que para la ciencia una evolución exige un antes y un después, la filosofía identifica el cambio como un movimiento de lo que algo es a lo que puede ser. Un escollo de la filosofía respecto al movimiento procede de las condiciones de verdad que aseguren que el cambio es real y no sólo una especulación. La discusión proviene de que conocer que algo cambia se sigue de una percepción intelectual, la que reconoce la diferencia de identidad de un mismo objeto entre dos percepciones distintas del mismo; el problema intrínseco es si corresponde a la percepción intelectual la atribución intuitiva del cambio o si el cambio se da existencialmente en el objeto, ya que la percepción debe justificar la identidad en el objeto cuando afirma que algo cambia y sigue siendo la misma entidad tras el cambio. Y no tendría tanta relevancia si no fuera cuando es quien percibe el que en una sucesiva percepción reconoce un movimiento que le identificaría como un otro más perfecto y al mismo tiempo se conoce como el mismo previo y posterior a cada percepción.
Immanuel Kant estableció como a priori de toda percepción el tiempo y el espacio, por lo que el contenido de todo conocimiento incluye las determinaciones de tiempo y espacio de la percepción que soporta cualquier conocimiento. En un mismo tiempo la misma cosa sólo puede ocupar un espacio, pero en distinto tiempo puede ocupar espacios variados, luego todo el cambio o movimiento espacial exige del tiempo. Un mismo espacio en un mismo tiempo sólo lo puede ocupar una cosa, para que ese espacio lo ocupe otra cosa en tiempo distinto cabe que la cosa mude de espacio o que la cosa ocupando el mismo espacio haya cambiado de forma, por lo que el cambio sin desplazamiento de la localización espacial también exige del tiempo, porque lo que en un mismo espacio permanece sin cambiar su forma no permite la evaluación del tiempo. La evolución así se puede considerar objeto de la medida del cambio en el tiempo, bien mida una traslación en el espacio o una mutación en el mismo espacio.
La complejidad real de las condiciones de verdad para la definición de todo movimiento, cambio o evolución proviene de la posibilidad de que coexistan varios universos, pues en ese caso se podría intuir que en un mismo tiempo una cosa puede ocupar espacios distintos en función de la relatividad de cada espacio, o sea, que las relaciones constitutivas de cada espacio sean distintas en uno u otro universo. Considerando la posibilidad de la existencia de esos distintos espacios y su respectiva peculiaridad, incluso alguno de ellos adimensional, la posición de un ser respecto a uno u otro espacio sería relativa, y por tanto también relativo el tiempo que pudiera medir su evolución.