PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 95                                                                                  NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2017
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PUZLE PRESUPUESTARIO

Desde la economía más sencilla, como la del hogar o el pequeño comercio, hasta la de los estados y las grandes empresas precisan de adaptar los gastos a los ingresos realmente previsibles de obtener, pues si falta rigor cabe que el presupuesto sólo valga para verificar cuánto uno se ha equivocado. Si el presupuesto es propio, ello puede tener menos una importancia relativa; pero cuando el presupuesto atiende a la función pública, donde se están atendiendo obligaciones de pago, el ajuste del presupuesto debe ser una prioridad.
En el puzle presupuestario el límite del tablero lo marcan los ingresos, y la distribución del gasto la configuran las partidas escalonadas por orden de obligación y trascendencia, de modo que lo superfluo, que nunca debería caber en un presupuesto público, pero lo hay, sirva de colchón para el ajuste que pueda exigir la variación de los ingresos. Para que todas las partidas casen es fundamental que ninguna ensanche, porque en ese caso obliga a encoger las inmediatas, lo que a veces no es posible por el compromiso de gasto que padecen.
Cuando los presupuestos habitualmente no ajustan, se debe más al dinero que se pierde por las costuras que a una deficiente planificación, porque del error de un ejercicio se debería seguir la corrección en el siguiente; pero cuando el dinero se pierde por las costuras, como la contabilidad, si la hay, es paralela, no trascienden las pérdidas y no sirve de indicador para su corrección.
Para algunos, una forma de cuadrar cualquier presupuesto es engordando la previsión del gasto de cada partida, el único problema que engendra, que no es pequeño, es que cualquier partida no ajustada se come la posibilidad de dotación a otra distinta, que incluso siendo de menor trascendencia impide muchas veces presupuestar y realizar la atención de un servicio.
Para mantener el rigor presupuestario, lo principal es el seguimiento del gasto, pues sólo así se llega a ejecutar el total del presupuesto. El contraste sincrónico del gasto con el presupuesto arroja la previsión de déficit o superávit, que debe servir para prevenir, con los ajustes oportunos, el resultado final.
No obstante la perfecta contabilidad que se pueda aplicar, lo principal de un presupuesto público no está en su perfección formal, sino que realmente atienda las necesidades públicas. Posiblemente los presupuestos mejor redactados son también los que ocultan más disimuladamente gastos, subvenciones y dotaciones de comisiones a favor de los intereses políticos.
En ese puzle cuyas piezas son los distintos capítulos con su partidas, destaca la aparición de pequeñas piezas de remate por aquí y por allá que destacan por su opacidad, y cuyo destino casi siempre está en subvenciones a distintas instituciones para fines lícitos pero incontrolados. Así se beneficia a instituciones religiosas, ONGs, asociaciones de víctimas varias, actividades culturales, fundaciones públicas y privadas, etc. Una cosa es que el presupuesto público contemple atender proyectos concretos y precisos, perfectamente definidos, y que conceda mediante concursos públicos la gestión a instituciones externas, y otra que se subvencione a terceros sin control del fin, por mi loable que se presente, porque esas partidas suelen tener un turbio destino de favorecer a los satélites del poder, cuando no que sean vehículo para la financiación opaca de los mismos partidos políticos o grupos de presión que controlan el poder; cuya justificación legal de la trampa, cuando son denunciados, es la legitimación por haber sido gastos aprobados en los presupuestos.
 

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