PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 98                                                                                  MAYO - JUNIO  2018
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PASIÓN Y ÉTICA


La naturaleza intelectual de los sentimientos está entredicha porque los mismos se constituyen como respuestas mentales a influjos sensibles de la realidad exterior interpretados desde las intuiciones particulares de la realidad interior que representa cada personalidad, sin que se pueda asegurar que esos sentimientos, considerados como respuestas operativas, pasen permanentemente el filtro de la razón.
Desde la mera evaluación del sentir en la ámbito emocional de la persona humana, el sentimiento se radicaliza como una tendencia de respuesta que se identifica con la pasión por la impronta que ejerce sobre la voluntad para seguir una determinada tendencia. La pasión es un hábito enraizado en la mente desde un sentimiento para obrar con vehemencia de una manera preconcebida. Igual que los sentimientos, cada personalidad posee pasiones que se vinculan desde el carácter a la personalidad; esas pasiones, que pueden reconocerse como parte de la identidad, se generan como modos operativos eficaces de satisfacer los sentimientos, la mayor parte de las veces como un procedimiento de reacción dirigido a afirmar la personalidad, obviando el juicio prudente de la oportunidad de esa aplicación.
Por lo arraigados que puedan estar los sentimientos en la mente, y la pasión por su ejercicio, se podría afirmar que mueven a hacer más bien del debido y mayor mal del querido. Ya que la pasión mueve a obrar vehementemente, lo hace tanto para el ejercicio del bien como del mal, siguiendo la cualidad de los sentimientos.
El juicio ético de la pasión presenta una doble vertiente: una, la cualificación correspondiente a los sentimientos, pues de un sentimiento maligno, como, por ejemplo, el odio, es difícil que se logre comunicar un bien para otro ser, como regula la ética; una segunda vertiente contempla cómo también la pasión pueden perturbar el fin propio de los sentimientos buenos cuando por la omisión del debido juicio de razón se hace un uso inconveniente del propio sentimiento, como, por ejemplo, cuando se considera como acción de justicia el ejercicio real de la venganza.
La causa de ese desorden se puede apreciar en la obcecación en el obrar guiado más por los sentimientos que por la razón, que es el modo propio de juzgar del ser racional respecto al fin de cada acción. No obstante, también es cierto que guiados por los buenos sentimientos, y desoyendo la lógica de lo debido, muchas personas sobrepasan el bien que en justicia les correspondería obrar. Quizá ello es lo que sostiene que las relaciones humanas se puedan seguir considerando humanitarias.
 

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