PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 99                                                                                  JULIO - AGOSTO  2018
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SUPREMACÍA DEPORTIVA


Guste o no guste practicarlo o seguirlo, el deporte se ha consolidado como una relevante actividad cultural. Ese fervor que caracteriza a alguna de sus modalidades ha conducido a que también se haya convertido en un importante espectáculo de masas, cuyo dominio reporta más intereses que los mero deportivos.
Cuando el deporte en competición es de práctica individual, como, por ejemplo, el atletismo o la natación, la influencia del entorno del deportista es importante, pero no trascendente, ya que, aparte de la capacidad de los entrenadores, casi todo lo demás para ganar lo ha de poner el deportista. En cambio, cuando la actividad se practica en equipo, el entorno del club deportivo que aglutina a los jugadores es fundamental para seleccionar una plantilla ganadora. Ese trabajo de promoción de jugadores para constituir un gran conjunto se puede conseguir mediante la inversión de recursos en categorías inferiores que fomente la práctica del deporte juvenil, o a través de una política selectiva de fichajes de destacados jugadores formados en clubes ajenos.
La progresiva transformación de muchos clubes deportivos en sociedades mercantiles, más por filosofía que por organización, favorece que las entidades busquen el triunfo a corto plazo de sus inversores, lo cual exige disponer de medios económicos para fichar a las figuras de ese disciplina deportiva más destacadas en cada momento. Si el sistema federativo nacional e internacional opta por la plena liberalización del mercado de fichaje de jugadores, las supremacía del deporte de clubes dependerá exclusivamente de la potencia económica de los países y de sus políticas en favor de la competencia, que para el bien del deporte no está ligada a la libertad de mercado como en la actividad mercantil.
La supremacía en el deporte debe sobrevenir por su intrínseca naturaleza más que del poder económico que lo controla. De una buena política deportiva en una nación suele derivarse un nivel de calidad alto de sus deportistas en las especialidades más practicadas. La positiva gestión deportiva de un club justifica su vitrina de trofeos. No obstante, en los últimos decenios está despuntando que la supremacía  deportiva no está siempre a servicio del deporte, sino a otros posibles intereses espurios como el lavado de dinero negro, la manipulación de las apuestas, intereses urbanísticos, consolidación de roles políticos... de los que se saca provecho en función de la posición dominante que se tenga en el negocio.
Como a las federaciones les debiera incumbir la preservación y difusión de la pureza en el deporte, deberían al menos interesarse en controlar que los grandes inversores no puedan monopolizar la supremacía de las competiciones de equipo mediante la racionalización del mercado de fichajes. Para salvaguardar la competitividad es necesario que los distintos equipos federados puedan competir en unas mínimas condiciones de similitud, las que sólo se pueden lograr regulando las condiciones de contratación de los jugadores para que ningún club pueda acaparar en sus filas a las figuras por su capacidad económica, no sólo para formar la mejor escuadra, sino también para que destacados jugadores no militen en las filas contrarias. Disponer las federaciones nacionales e internacionales topes máximos para fichas, primas, traspasos y cláusulas de rescisión evitaría el mercantilismo del deporte, de modo que reduciendo la supremacía de unos pocos clubes sobre todos los demás se facilitaría que la competición fuera más disputada, lo que, aunque algunos puedan aducir una merma de glamour social, ofrecería una concepción más humana del deporte.
 

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