SISTEMA
No porque para las personas les sea habitual, deja de ser sorprendente que por toda la redondez de la tierra, allá donde existen comunidades humanas, cada mañana y a lo largo del día cada persona acuda a su oficio o tarea haciendo que funcione la agricultura, la industria, el comercio, los transportes, la seguridad, la medicina, el suministro de energía, el agua corriente, etc. El hecho de que millones de niños acudan a las escuelas ocupándose durante horas en atender al profesor, como si fuera lo lógico reprimir las ganas de jugar; que los conductores de trenes, buses, aviones, taxis o barcos inexcusablemente cumplan sus horarios día tras día sin ceder a la pereza su responsabilidad; o que los mercados abran a su hora con los puestos rebosantes de productos capaces de alimentar a miles de millones de personas da para pensar que la humanidad ha sido rotundamente capaz de organizarse mediante sistemas que superan con creces cuanto las leyes de supervivencia animal pudieran pronosticar.
La causa eficiente de esa organización está en la constitución de un sistema de vida social inclusivo que se transmite de generación en generación, porque los padres lo enseñan a sus hijos y porque estos aprenden por imitación a obrar como sus mayores. Ese sistema se fundamenta en una serie de relaciones que incumbe globalmente a la población mundial, infundiéndola la responsabilidad de que del hacer de cada uno la parte que le corresponde se sigue el beneficio común para todos que reporta la división y especialización del trabajo. Constituyen ese sistema la forma de gobierno, la estructura de los mercados, la gestión de la energía, la agricultura y ganadería, la educación, la protección social, los transportes, la economía, la vivienda, etc. Esas actividades que están reflejadas en los ministerios o secretarías de los gobiernos contemporáneos, de forma más o menos desarrollada han estado presentes en la mente de todos los reinos desde la antigüedad, quedando sus vestigios en cuanto se conoce de cada una de las civilizaciones desaparecidas o en la herencia de las que han alumbrado la evolución de las mismas hasta la actualidad.
Es evidente que los sistemas sociales han cambiado a través de los siglos, como igual han evolucionado las lenguas, pero lo que se ha mantenido es la idea de sistema como el conjunto de formas de relacionarse unos con otros, del mismo modo que la evolución de todas las lenguas sigue el patrón común de ser un sistema combinatorio de signos sonoros y gráficos que exprimen las posibilidades que brinda la fonética articulatoria del cuerpo humano. Existen tantos significados para cada agrupación de fonemas como cada pueblo ha elegido para su lengua propia, pero entre todas ellas es posible la traducción de sus significados porque siguen un análogo sistema.
Que exista un sistema que dirige la vida social no quiere decir que ese sistema sea el mismo en la multitud de comunidades que conviven sobre la Tierra. Las tradiciones, el hábitat y la manera de ser mayoritaria en cada grupo humano hace que su sistema particularice unas prioridades sobre otras y unas estructuras concretas de gestión, justificando las características políticas de cada país que las diferencian con los demás. Realmente si todos los sistemas de gestión comunitaria en el mundo fueran idénticos, las naciones hubieran convergido hacia la unidad, sin embargo se aprecia que la especificidad nacional se reivindica en la actualidad tanto o más que en cualquier época pasada.
Un sistema en sí no entraña obstinación en los modelos de relación que le definen, como si fueran invariables preceptos lógicos, sino al contrario, precisamente porque ese juego de relaciones admita la natural evolución es por lo que el mismo puede seguir siendo útil a través de los siglos. La causa de que un determinado sistema social fracase casi siempre proviene del incorformismo de sus ciudadanos a que el sistema se muestre remiso a la modernización anhelada de sus formas de vida. En esos casos podría parecer que se justifica la ruptura del sistema, como se produce con las grandes revoluciones que detestan el sistema por ser sistema sin considerar su decisiva trascendencia para el eficaz funcionamiento de la sociedad. Ilusoriamente se puede concebir que la reconsideración de la multitud de relaciones sociales que entraña un sistema puedan ser redefinidas eficientemente en un breve espacio de tiempo, entre otras razones porque hacerlo así sólo puede lograrse desde el dominio absoluto de una tiranía que imponga su voluntad, sin valorar ni el acuerdo social ni el consentimiento ciudadano. Por ello evolucionar, para no ser víctima de la revolución, debería formar parte de la forma de ser de los sistemas favoreciendo que las relaciones sean estables, no porque no cambien, sino porque las mismas integran la adaptación al progreso.
Un colapso del funcionamiento del sistema puede llegar por el estado de guerra, por una huelga general prolongada o por la continuada ineptitud del gobierno. Ello casi nunca anula el sistema, que, aun en las condiciones más adversas, sigue funcionando en un porcentaje alto de sus relaciones de acuerdo a la ley, aunque todo el sistema se resiente porque las dependencias entre unas y otras relaciones hacen que los ciudadanos se ven afectados en su vida cotidiana en mayor o menor medida, siendo el mayor perjuicio el desasosiego del incierto futuro por la vulnerabilidad de los derechos, pues siempre en condiciones de excepción el Estado aprieta en la exigencia del cumplimiento de las obligaciones y afloja en el rigor de la preservación de los derechos.
Las corrientes políticas calificadas como antisistema habitualmente desdeñan el sistema sin considerar que es el que rige la mayor parte de las relaciones mutuas entre ciudadanos. Cuando el sistema denunciado no es democrático, la verticalidad autoritaria del poder que inspira el sistema facilita el reemplazo de una autoridad por otra, pero, casi siempre, sólo si se identifica con la misma categoría de autoritarismo, lo que realmente desemboca en que los mismos antisistemas mantienen gran parte del sistema que denunciaban, porque la falta de un tejido social de fundamento democrático, no permite otra transición. Cuando el sistema social se encuentra consolidado en los principios democráticos, todas las leyes proceden de consenso ciudadano avalado por las periódicas elecciones; siendo precisamente esa trabazón de leyes emanadas durante muchos decenios, con su rectificación de fracasos y contradicciones y su afirmación de eficacia, las que constituidas como fuente de fiabilidad del sistema desestiman toda alteración del mismo que no lleve implícita la forma aceptable de resolución de aquello que se denuncia.