PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 75                                                                                     JULIO - AGOSTO  2014
página 7

PASIÓN POR LA VERDAD

 
¿La pasión por la verdad puede conducir a la restricción de la libertad?
La respuesta espontánea parece que se inclina hacia todo lo contrario: La verdad genera la libertad. Eso puede ser en el plano teórico de la aplicación personal de los conceptos considerados en sí mismos, en los que la verdad dota a quien la posee del privilegio de no estar dominado por la falsedad o el error que turbe el fin de sus actos. Ya que la infelicidad proviene precisamente en reconocerse incapaz de haber obrado en conciencia de forma correcta, cuanto más sea la pasión por el dominio de la verdad, tanto más será  posible que el individuo acierte a obrar el bien que le retribuya en conciencia.
El problema surge cuando el ser humano entra en relación, pues en ese caso el bien ya no depende sólo del beneficio personal conseguido, sino de que de las obras realizadas consigan el beneficio para todas las partes que conciertan la relación. Cuando el ser humano obra en una colectividad, surgen obligaciones éticas con respecto a las demás personas con quienes se relaciona que van a determinar el valor del bien precisamente en la aplicación recíproca de los beneficios. En esas relaciones, en el mejor de los casos, cada parte tiende a buscar el bien para el otro tanto o más que para sí, pero cada uno de ellos lo hace desde su perspectiva intelectual, dado que no puede ser de otra manera que cada individuo sea gobernado por su propia mente, y así, incluso la mejor voluntad de servicio al otro, puede adolecer del error de apreciación de lo que objetivamente es el bien debido. Cuanto más una persona posee pasión por la verdad, más fácil es que logre que sus juicios sean objetivos, pero también es más probable que considere que su decisión es incuestionable y obvie atender a la razón de quien, desde esa seguridad de la verdad, se considera equivocado.
Es evidente que cuanto más se trabaja la depuración de la razón propia más fácil es aproximarse a la verdad, pero esa seguridad posee la envenenada consecuencia de la soberbia que induce a imponer en cualquier relación la presunción de poseer una verdad que niega la posibilidad de la misma en la razón opuesta del juicio ajeno. Es la exclusividad que se corresponde con que algo no pueda ser cierto al mismo tiempo que lo sea su contradictorio. Desde esa posición quien más seguro esté de dominar la verdad debe tratar de convencer a las otras partes con quien entra en relación, pues en caso contrario, de sentirse obligado a exigir absolutamente la preeminencia de su criterio de verdad sólo lo pueda imponer mediante el poder de la fuerza, constituyendo la relación en un acto de dominio. La historia está repleta de autoritarios que iluminados por su sentido de poseer la verdad  han generado todo tipo de represiones sobre la humanidad generando conflictos armados, injusticias, tiranías, genocidios, dictaduras, malversación, etc. Muchos de los conflictos de la humanidad han sido avalados desde posiciones dogmáticas sostenidas por un grupo social desde la maduración de una creencia sustentada en ideas en las que se identificaron criterios de verdad absolutos, por lo que se pretendieron imponer sin piedad al resto de la humanidad.
La reacción moral adversa a la utilización desordenada de la verdad genera el escepticismo, el cual, contemplando la deriva inadecuada de quienes dicen servir a la verdad, culpa a esta del desorden causado en la mente de sus actores, aconsejando la prevención a considerar toda verdad tan absoluta como que no pueda aceptar crítica que la determinara de acuerdo a las condiciones en que cada realidad debe ser considerada. El escepticismo es el resultado del fracaso del sistema que impone la verdad dogmática frente a la verdad de razón individual, de cuya controversia se deriva una duda profunda sobre la misma identidad de la verdad. Cuando ese escepticismo se adueña de la vida social parece como si se debilitaran los fundamentos del sistema por la incertidumbre sobrevenida, pero es desde esa duda cuando es más fácil contemplar desapasionadamente la verdad como lo que convence por la razón que posee en sí misma y no porque alguien la imponga como referencia única de conciencia.
 

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